sábado, diciembre 7

Los dinosaurios en la cultura popular española y portuguesa (12)


Heraclio ASTUDILLO-POMBO, Dept. Medi Ambient i Ciències del Sòl. Universitat de Lleida


Los dinosaurios en los medios de comunicación, españoles, más populares: la prensa periódica, el cinema, los cromos y los tebeos.
Segundo periodo, de
1900 hasta 1919, inclusive (Continuación, 5ª parte).

 



“Diplodocus carnegii: 100 años en el Museo Nacional de Ciencias Naturales (1913-2013)”  
Han pasado 100 años desde la llegada al MNCN-CSIC de una de las más famosas réplicas del esqueleto de Diplodocus, que el filántropo Andrew Carnegie regaló a los museos de historia natural más importantes del mundo. La pieza original, conocida como Dippy, se encuentra en el Carnegie Museum of Natural History de Pittsburgh. Seguir leyendo
 

Hace un siglo

La revista ilustrada y de muy variados contenidos e intereses, hispanoamericanos, La Ilustración española y americana, publicaba el 8 de diciembre de 1913, en su número 45 y en las páginas 346 y 347, un interesante, extenso y bien fundamentado artículo, sobre un dinosaurio que estaba revolucionando a la sociedad madrileña, titulado LA HISTORIA DEL "DIPLODOCUS". Firmaba el artículo Ángel Cabrera y las fotografías, Rivero, ambos del Museo de Ciencias Naturales, de Madrid.



Sobres reproducciones, donaciones e instalaciones  de esqueletos de Diplodocus carnegie, incluida la del Museo de Ciencias Naturales de Madrid
 

"Hace catorce años, á principios de julio do 1899, en el Museo de Historia Natural fundado, en Pittsburgo, por el multimillonario Andrew Carnegie, se recibía un telegrama anunciando que en el Wioming, cerca del río Sheep, se acababa de descubrir el esqueleto fósil, casi completo, de un Diplodocus, reptil de tamaño gigantesco, tan grande como las actuales ballenas, que vivió en aquella remota época  conocida por los geólogos con el nombre de período jurásico, cuando en la tierra todavía no existían, no ya hombres, sino tampoco mamíferos de ninguna clase.
 
Durante el siguiente otoño y parte del otro año lleváronse aquellos restos al Museo, y los naturalistas encargados de su extracción y estudio tuvieron la fortuna de hallar un segundo esqueleto casi del mismo tamaño, el cual aunque más incompleto, sirvió para completar el primero. De este modo, la enorme osamenta del reptil, una osamenta de veinticuatro metros de longitud quedó montada en una de las salas de aquel soberbio establecimiento científico, siendo el asombro de los hombres de ciencia y la envidia de los demás museos del mundo.

Ocurrió por entonces que el Director del Museo de Pittsburgo, el Dr. W. Holland, envió un croquis del esqueleto á Mr. Carnegie, que á la sazón veraneaba en Escocia. El dibujo fué colgado en una de las salas del castillo que en aquel país posee Mr. Carnegie, allí lo vio el rey Eduardo VII de Inglaterra, en una de las visitas que con frecuencia hacía al Creso americano. 
"¿Qué es eso, Mr. Carnegie?”- preguntó el monarca.
“¡Ah!—respondió el millonario. Eso es uno de los cuadrúpedos más grandes que se han paseado sobre la tierra.»
Eduardo VII, como buen inglés, era gran aficionado á todas las cuestiones relacionadas con la Historia Natural, y expresó su deseo de tener otro Diplodocus en el Museo Británico. Pero un reptil fósil de veinticuatro metros de largo no es cosa que se encuentra cuando se quiere, y en la imposibilidad de regalar á S. M. Británica otro Diplodocus, Mr. Carnegie le regaló una reproducción exacta del que hay en Pittsburgo.



Reproducción del esqueleto, recientemente instalado en el Museo de Ciencias Naturales
 
Aquel fué el principio de una serie de regalos del mismo género hechos por Carnegie á diferentes jefes de Estado para sus respectivos museos de Historia Natural. Francia, Alemania, Italia, Austria, Rusia, la República Argentina, recibieron sus respectivos Diplodocus. Ahora le ha tocado la vez a España. El rey D. Alfonso XIII no había de ser menos que otros reyes, emperadores y presidentes y desde hoy contará el Museo de Ciencias de Madrid, el Museo que creó Carlos III, y que tan en el olvido tienen nuestros gobernantes, con una  reproducción de este admirable ejemplar, único en el mundo.

No es necesario encomiar el valor de una de estas reproducciones, ni es fácil calcular el dinero que supone hacerla, enviarla á su destino y enviar tras ella las dos únicas personas que saben á perfección los secretos del montaje de tan enorme esqueleto: el Dr. Holland y el ayudante Mr. Arthur S. Coggeshall. Si se tiene en cuenta que toda esta tarea ha sido repetida muchas veces en pocos años, á nadie extrañará que estos obsequios de Mr. Carnegie representen un valor de algunos millares de dollars. Eso sin cantar con las dificultades que á veces se presentan para el montaje del esqueleto.



El director del Instituto Carnegie dirigiendo la instalación del  “DIPLODOCUS”, en el Museo de Ciencias Naturales


En San Petersburgo, en el momento de que se estaba levantando el espinazo del gigantesco reptil por medio de complicados andamiajes, poleas y cuerdas, entraron á verlo los miembros de la Academia de Ciencias, y emocionado uno de los operarios por la presencia de aquellos graves personajes, soltó una de las cuerdas, con lo que el esqueleto se vino al suelo rompiéndose una porción de piezas y faltando muy poco para que el Dr. Holland y su ayudante salieran malparados del suceso.
 

Tal es, contada en pocas palabras, la historia del Diplodocus ó más bien de su esqueleto. El animal, cuando vivo, debía tener un aspecto muy diferente del de cualquiera de los reptiles que hoy andan por el mundo, algo así como un elefante con cuello de serpiente y cola de lagarto. Esta cola tenía interiormente, á lo largo de su cara inferior, una doble serie de huesecillos en forma de diminutos skis ó patines, á los que el reptil debe su nombre, Diplodocus, de diploos, doble, y dokós, viga ó traviesa. A pesar de su aire formidable este monstruo debía alimentarse exclusivamente de plantas acuáticas; por lo menos, así parecen probarlo sus dientes, débiles y poco numerosos. El hecho de tener las narices abiertas en la parte superior de la cabeza, como tienen las ballenas sus espiráculos ó respiraderos, ha hecho creer á los hombres de ciencia que debía pasar una gran parte de su vida sumergido en el agua, como los hipopótamos y cocodrilos; pero cuanto quiera afirmarse en este sentido, es puramente hipotético. 

El 'DlPLODOCUS', tal cual ha debido de ser en vida. Dibujo de Cabrera. 


El diplódoco pertenece á un grupo de reptiles, el de los dinosaurios, del que no queda en la tierra ninguna especie viviente, y no es posible presumir sus costumbres por comparación, pues siendo dicho grupo muy diferente en sus caracteres de todos los reptiles conocidos, es de suponer que lo sería también en su género de vida. Lo único que con toda seguridad se conoce, es el régimen del reptil en cuestión, que se deduce de la forma y disposición de la dentadura, y la figura que aquel debió tener en vida, pues habiéndose encontrado los esqueletos in situ, es decir, en el mismo punto y en la misma actitud en que los anima es murieron no ha hecho falta recurrir á ingeniosas teorías para dar á las diferentes partes del enorme reptil su natural posición. Gracias á esto, hoy sabemos con entera certeza que los diplódocos y demás dinosaurios se diferenciaban de todos los reptiles conocidos, en que en vez de andar á rastras, marchaban muy levantados sobre las patas; enteramente como los mamíferos de gran tamaño, á los cuales representaban, hasta  cierto punto, durante la edad secundaria."



Nota informativa:

Para aquellas personas, más interesadas o curiosas, que quieran conocer muchísimos detalles sobre el asunto del Diplodocus del museo madrileño, se les recomienda la consulta del excelente, amplio y bien documentado trabajo de Adán Pérez García y Begoña Sánchez Chillón, titulado:
Historia de Diplodocus carnegii del MNCN: primer esqueleto de dinosaurio montado en la Península Ibérica.  
Publicado el 2009, en la Revista Española de Paleontología, 24 (2), 133-148.

 
Resumen

Hace casi un siglo tuvo lugar la llegada a Madrid de una de las famosas réplicas del esqueleto de Diplodocus, cedida por el Andrew Carnegie, al Museo Nacional de Ciencias Naturales. Constituye el primer y único esqueleto de un dinosaurio montado hasta la década de 1980 en la Península Ibérica siendo, durante todo ese tiempo, uno de los más importantes referentes que contribuyó a acercar la Paleontología a la población. Este hecho, las circunstancias que rodearon su realización, transporte e instalación, así como la repercusión social y política que generó, se detallan en las siguientes páginas. Para ello, además de emplear documentación manuscrita y fotográfica inédita, se recopilan las abundantes alusiones a este esqueleto publicadas en la prensa española, que sirvieron de nexo de unión entre la Paleontología y la sociedad.

Texto completo, del artículo, en PDF 

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